Se quejan de amor,
de vicio,
de incertidumbres
y de olvido.
Se quejan del mar,
de las olas,
de la arena que queda entre tus dedos
y de los acantilados de tus curvas.
Se quejan del canto de tus pestañas,
del resquemor de tus caderas,
de las lágrimas dulces
y de los dibujos pintados en tu espada.
Se quejan de tus ojos,
de tus pecas,
de la sangre de tus venas,
y también de tus despojos.
Se quejan de locura,
de desfase,
de tiranía
y de amarre.
Se quejan de todo y de todos,
de nada y de nadie.
De amor y de odio,
de ser tan cobardes.
Se quejan de amor y tristeza,
de parches y costuras,
de segundos enhebrados
en melancólicas agujas.
Se quejan de vida y de muerte,
de tentar a la suerte.
De entregar su alma
a la poesía y a la música.
¿Y sabéis qué? Que se quejen,
que la silueta y la palabra del pecado
ha sido creada expresamente para mi.
Me han tachado de depresiva,
de infeliz,
de quebradora de sueños,
de destrozar ilusiones
y de vivir en la melancolía.
Se me ha prohibido llorar,
y también recordar.
Se me ha prohibido esperarte,
y dejar de soñar.
Se me ha prohibido bailar sin pareja,
y nadar de lleno en alcohol.
Se me ha prohibido contar estrellas
y no contar con el sol.