Os parecerá raro, pero me dedico a escribir esto a 22
horas del cambio de año. A 22 horas de que sea necesario comer 12 uvas y hacer
un propósito por cada una de ellas, por cada mes. A 22 horas de que se brinde
con champagne y se felicite el año nuevo
a todos los familiares con los que podemos contar para la cena de Noche
Vieja. Sin embargo, también estamos a 22 horas de poner los 365 días en una balanza
y ver qué lado ha salido beneficiado. Estamos a 22 horas de darnos cuenta de
que, un año más, muchas personas (y por desgracia, cada vez más) faltan
alrededor de la mesa, de la cual se ha retirado un cuenquito de uvas, una copa
que jamás volverá a ser llenada. No entiendo como a la gente le puede gustar
este día. Los que están acompañados,
empiezan el año de igual manera. Los que no lo están, lo comienzan aún más
solos. Imagino que nos gusta esta fiesta porque nos permite deshacernos de manera
simbólica del pasado y darle la bienvenida al futuro. Sin embargo, ¿es lo que verdaderamente queremos? Antes, el día 31 servía de excusa para dejar el orgullo a un lado.
Para decir todo lo que sentíamos, para que, ocurriese lo que ocurriese, en el
minuto 1 del 1 de enero del próximo año, pudiéramos hacer borrón y cuenta
nueva. Pero esos detalles se han perdido o más bien, ya no se valoran. Y
también os sonará raro, pero yo ya dejé todo finalizado hace dos días y obtuve
mi milagro de Navidad. Y cierto es que
el mes de diciembre ha sido sin duda alguna el más triste y frustrante de
todos, pero también ha sido el más sincero.
Así que ahora me dispongo a hacer reflexión sobre este
2014 y saco en claro que todo está equilibrado. Como el blanco y el negro, como
el yin y el yang. Obtengo unos títulos y se me pasa presentarme a un concurso
que se encuentra entre los propósitos que plasmé para el año que finalizará en unas
horas. El verano ha sido estupendo para coger fuerzas para el curso que me
espera. Las calificaciones son excelentes, pero cada día tengo menos claro que
hacer con mi vida. Descubro la salvación en la música pero a cambio, mi salud
me priva de avanzar en el ámbito. Amo a quien nunca me amará y me ama alguien
al que jamás amaré. Amé de corazón a alguien que una vez me correspondió
mientras era amada por otro, y amaron a otra persona fingiendo amarme a mí.
Me peleé con quien menos debí hacerlo y perdoné a quien
nunca habría de hacer. Aguanté demasiado y demasiado me aguantaron a mí. Lloré hasta dormir, pero eso es bueno, limpia
el alma. Callé demasiado. Descubrí mucha falsedad. Disfruté de lujosos momentos
llenos de sencillez y me siento orgullosa del año que he tenido. Que no lo
acabo de mejor manera, no lo niego; pero lo finalizo con esperanza, a la espera
de ese milagro de Noche Vieja que aún ansío y con la bocanada de aire fresco
que suele desprender la última campanada. Porque si algo tengo claro es que el
2015, va a ser mi año, le pese a quien le pese, me cueste cuanto me cueste. Y también va a ser el tuyo, y el tuyo y sí,
también el tuyo. Porque es el año de todos. Porque necesitamos de todos. Porque
nuestro año se basa en recuerdos, en sentimientos y en vivencias y por muy malo
que haya sido, siempre quedará el lado bueno de las cosas.
PD; Felices fiestas y próspero año 2015 a todos los lectores, sin vosotros, nada de esto sería posible. Gracias porque mis entradas no son lo que yo escribo, si no lo que sentís vosotros al leerme.