Los domingos suelo jurarme que cambiaré de vida y todos los lunes recaigo en el mismo bucle de siempre.
Los martes digo que echaré la siesta y los miércoles hago un esfuerzo sobrehumano para no llamarte.
Los jueves son días especiales, días de espera y de sentarme sobre un piano a cantarle al sol, a las estrellas, a la luna y a ti, que te veo reflejada en ella.
Los viernes son días de descanso, donde quedarse soñando despierto de día y salir a vivir de noche es lo usual.
Los sábados, son día de poesía, de labios rojos y de lencería negra; de roncola cargado y arrepentimientos hasta altas horas.
Y los domingos, los domingos pienso.
Mi corazón quiere vacaciones porque dice que está cansado de mentiras.
Y puede que tenga razón, que al fin y al cabo necesitamos un descanso.
Pero de nosotros mismos, de nuestros sentimientos,
de las inseguridades, de nuestros miedos,
de los amantes rotos y de los nuevos;
de los madrugones y de acostarse tarde,
de las malas contestaciones y de los dolores.
Descanso de tomarse la vida en serio y renovarse o morir en el intento.
Que hay miles de cosas que merecen la pena ahí fuera y nos centramos en aquello que nos agobia; realmente, las cosas tienen la importancia que queremos darle.
Pastillas para no dormir, cartas perfumadas, orgullos que desaparezcan y sentimientos pintados en la piel del cuerpo, a la vista.
Abrirnos a que nos lastimen, porque los corazones rotos siempre se curan y prometernos que todo saldrá bien, que la felicidad está dentro de nosotros. Que estoy cansada de esta vida y la quiero dejar atrás, no volver a andar el camino recorrido, pero es imposible no mirar a las espaldas.
Y es entonces cuando me suelo jurar que cambiaré de vida.
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